A los doce años ya había germinado en ella esa hiedra colonizadora de las percepciones y los significados de las experiencias. Pronto, una multitud de ramificaciones perfectamente entreveradas con su identidad, compartirían savia formando un único organismo vivo. Esto haría imposible su destrucción por ningún método hasta ahora conocido de fumigación, cirugía y ni siquiera de exorcismo.