De un plumazo

Sección dedicada a los nuevos relatos regalados por nuestros visitantes de la Sala 5. 

Con madres así…

Diferentes autores se han ocupado de describir las reacciones  que sufrimos tras las perdidas afectivas. Desde modelos animales representados por Bowlby, Harlow, Ainsworth,  hasta los principales estudiosos del duelo humano, así, a bote pronto, Kübler Ross, Worden y Neimeyer.  Todos ellos definen fases y/o tareas para atravesar hasta la recuperación, que se podría entender como la disolución del vínculo afectivo (o recolocación de esa relación en un lugar diferente). En todo caso, se trata de alcanzar ese lugar donde experimentar sosiego con el deseo atenuado de recuperar lo perdido. Aceptación es la palabra favorita para expresar la consecución del objetivo final. 

A poco que uno se sumerja en esas teorías, aparecen matices sobre la secuencia de esas etapas (siete en algunos casos), que pueden cambiar de orden, repetirse  (con retrocesos y avances sucesivos) e incluso omitirse algunas de ellas. En definitiva,  que existe un amplio consenso de que cada uno hace el duelo a su manera. 

“Me resulta inquietante no estar experimentando esa opresión en el pecho, enfado, o estar llorando por las esquinas. Debo de estar en esa fase que llaman negación”.

Tras varios años de progresivo deterioro y prolongadas hospitalizaciones, Carmina,  la principal cuidadora (además de hija y compañera), recordó en la sala 5 las conversaciones con su madre.  Era su principal confidente, que respondía siempre con un “tu tira que si te va mal ya estoy yo aquí para apoyarte”. Hace pocas semanas “se apagó plácidamente; ni siquiera conmigo, para ahorrarme ese mal trago”. Había conseguido, con su relación de protección aceptadora, que sus alas fuesen fuertes y amplias. Incluso desde una situación de dependencia siguió contribuyendo a que pudiera sobrevivir a su ausencia. 

Con madres así sobran los duelos.

Sala 5     23/10/23   


Un buen negocio

“Mientras vivas en esta casa harás lo que te digamos y cumplirás nuestras normas”, le dijo tras cumplir los dieciocho su padrastro, fuertemente implicado en el cuidado y protección férrea de su nueva familia.
Ella, siempre obediente, respetuosa y hasta incluso agradecida, decidió pausar su actividad académica torpe e incierta y comenzar en un trabajo precario con el cual afrontar los gastos de una habitación compartida y la cuota del smartphone.

Dos meses después, tras un revés en el trabajo y la muerte de su anciano Galaxy, se retomaron las negociaciones para reanudar la convivencia con su familia.

“Puedes quedarte en el trastero si me pagas un alquiler de 100 euros”, le ofertó Guillermo disuadido por la iluminación de su esposa.

Aceptó. De vez en cuando, a media noche, aparca el orgullo y baja hasta la nevera.

“Compraste tu libertad”, le dije. “La tengo en renting”,  me contestó con un brillo adulto en sus ojos.

Sala 5    23/10/23